Al enfrentarnos a imágenes que percibimos como ajenas a nuestra herencia cultural, por lo general solemos recaer en modelos de percepción que nos son propios y por tanto familiares. Debido a esto, al confrontar las prácticas, los usos y las funciones de las imágenes a través del tiempo y del espacio, es decir, de su itinerario, resulta manifiesta la necesidad de despojarnos de aquel armazón ideológico que nos ciñe para adquirir herramientas que nos permitan, de manera multifacética, un acercamiento cultural a lo que nos es ajeno. Es así como, al ser observadores atentos de la vida de las imágenes, nos volvemos conscientes de que a menudo explicamos lo que no conocemos con lo que conocemos. De tal modo creamos metáforas mentales para lograr anclar lo desconocido dentro de los parámetros establecidos por nuestro respectivo imaginario cultural.